No sigue siendo más
que una rara canción que suelo cantar a menudo. Un montón monótono de oraciones
que repito casi como si fuera mi nueva manera de rezarle a Dios por salvar mi
perdida alma. Lo he tenido todo, lo he probado todo, pero he entendido que no
ha sido absolutamente nada.
Colgada de tus manos
volé casi como las aves lo hacen, sentí el viento pegando en mi cara y supe que
la libertad no era la definición de no tener límites, si no el placer de
sentirse simplemente feliz. Eso es libertad, la felicidad en su más puro
estado; he entendido por completo entonces que la felicidad y la libertad son
sinónimos que han venido gobernando mi ser en tu sonrisa, cariño.
Secaste mis lágrimas,
me dijiste que cada rayo de sol que alumbrara mi piel debería ser un milagro
haciéndose realidad en mi belleza, has cargado con mis dolores durante un largo
camino y has apreciado mis cicatrices tatuándoles encima la insignia de la compasión.
Sin embargo, la lástima jamás ha sido un poder que se pudiera ejercer como el
amor lo hace.
Ha sido una grata
historia, empezando desde el principio más ordinario que ha tenido esta historia,
prosiguiendo por el juego más burdo y doloroso, llegando a un final que apenas
ha de comenzar; el cuál quizás dure y mucho más de lo que pensamos, porque así
es el amor: “un final duradero”.
Algún día serás solo
alguien que solía conocer, porque vamos a crecer y esto ya no será el juego que
estamos jugando hoy. Aún así, el amor que siento por ti lo he de conocer
siempre.