martes, 24 de septiembre de 2013

Sin embargo, la lástima jamás ha sido un poder que se pudiera ejercer como el amor lo hace.

No sigue siendo más que una rara canción que suelo cantar a menudo. Un montón monótono de oraciones que repito casi como si fuera mi nueva manera de rezarle a Dios por salvar mi perdida alma. Lo he tenido todo, lo he probado todo, pero he entendido que no ha sido absolutamente nada.
Colgada de tus manos volé casi como las aves lo hacen, sentí el viento pegando en mi cara y supe que la libertad no era la definición de no tener límites, si no el placer de sentirse simplemente feliz. Eso es libertad, la felicidad en su más puro estado; he entendido por completo entonces que la felicidad y la libertad son sinónimos que han venido gobernando mi ser en tu sonrisa, cariño.
Secaste mis lágrimas, me dijiste que cada rayo de sol que alumbrara mi piel debería ser un milagro haciéndose realidad en mi belleza, has cargado con mis dolores durante un largo camino y has apreciado mis cicatrices tatuándoles encima la insignia de la compasión. Sin embargo, la lástima jamás ha sido un poder que se pudiera ejercer como el amor lo hace.
Ha sido una grata historia, empezando desde el principio más ordinario que ha tenido esta historia, prosiguiendo por el juego más burdo y doloroso, llegando a un final que apenas ha de comenzar; el cuál quizás dure y mucho más de lo que pensamos, porque así es el amor: “un final duradero”.

Algún día serás solo alguien que solía conocer, porque vamos a crecer y esto ya no será el juego que estamos jugando hoy. Aún así, el amor que siento por ti lo he de conocer siempre.