Si me dices que estás listo para despedirte, estoy segura de
que tus palabras se hunden en tu olvido, como todas las mentiras. En tu contra,
casi luchando contra tu propia moral, sueltas ideas, palabras, cuchillos hacia
mí, ¿y sabes algo? Casi es gracioso, pero doloroso a la vez, saber que no me
mientes a mí, sino que intentas convencerte a ti mismo de algo que en mucho
tiempo jamás podría convertirse en verdad, ¿sabes por qué? Porque hasta el más
imbécil de los hombres, aceptaría a leguas de conocerte, que me quieres.
Me quieres y lo sé, lo noto cada vez que me sonríes, cada
vez que suspiras al besarme, porque eso no es agobio, es liberación, mucho más
que eso, es la misma libertad, esa que me invade también. No hay otra cosa,
solo amor, solo él te da alas, solo él te las quita, solo… solo tú no puedes
luchar contra la naturaleza del corazón. No puedes elegir no quererme, porque
el destino ha escrito, ha predispuesto y se encarga de atar nuestros caminos.
Pero, sin embargo, ¿si no me quieres? ¿Si la luz que estoy
viendo solo es el final del día y la noche más tenebrosa de todas se acerca a
acecharme? ¿Si solo dices que todo está bien para marcharte y dejarme en una
invaluable tranquilidad falsa? ¿Si esto es solo el final del libro y yo estoy
agregando hojas para seguir escribiéndolas, sola? ¿Cómo alguien que tanto
quiero podría ser tan hipócrita conmigo? ¿Cómo las palabras pueden darse la
vuelta y bofetearme a mí misma? ¿Cómo demonios puedo estar tan ciega si es
cierto el temor?