Ser
paciente teniendo la necesidad de sonreír esperando que el tiempo ataque, para
contraatacar. Lo malo, es que el tiempo no ataca, más bien huye. Cierro los
ojos y cada vez que tu nombre cruza acuchillando las visiones mentales, mi
corazón se siente hambriento.
Quererte
no fue un plan que minuciosamente haya trazado con un lápiz bien afinado. Con
la idea contraria de lo que creía, supe siempre que llorar sería un final feliz
en la historia. No sabía si sería pronto como pensaba o tanto después del
futuro que tus labios se encargaban de describir como una relación tan
perfecta, siempre dejando al libre albedrío que terminaría en una simple y
complicada, a la vez, tragedia.
La
necesidad inaudita de tenerte, al menos un momento, es inagotable. El
masoquismo crece y me siento infeliz, tanto que siento que olvidarme es una
buena opción, porque convivo con ello a menudo. Siendo una idiota, es como mi
vida factura las consecuencias de jugar con fuego. Porque nadie estuvo más
acertado al decir que ‘él que juega con fuego, sabe que va a quemarse’. Creí
que el fuego no me quemaría, porque sabría hasta donde llegar, bien… el fuego
sí me quemó. Porque supe hasta donde debía llegar, pero jamás intenté detenerme
cuando estuve allí.
Estás a
mi lado, aunque tu presencia se reduzca a dos simples palabras: “Mi soledad”.
Con sinceridad, serán los últimos versos que de mi mente puedan salir con tanta
simpleza. No espeto más palabras en contra o a favor de una acción inútil, como
fue la tuya. Esta vez, desearía que el dolor durara una eternidad, porque las
eternidades duran una milésima de segundo y una milésima de segundo es
inofensiva.
Los
secretos vuelan libres, sin que nadie los vea. Prometiste no fallar, entendí
que alguna vez yo tampoco debería hacerlo y estaba dispuesta a que sea ahora.
Es la primera vez que hundo mi cabeza en agua, exploro mis sentimientos y salgo
a demostrarte que he crecido. Esta vez, sin usar palabras pesadas, metáforas
aniquiladoras. Sin sentirme una perra sucia, hablando para una manada
enfurecida de un bar de borrachos.
Esta vez
soy una adolescente de 14 años, cantando “No dejes que el agua me hunda”,
mientras intenta deducir como lo hacía hace poco la íntegra composición del
tiempo en su vida. Una línea recta de tajantes puntos en medio, de rápidos
deslices a veces. El tiempo es subjetivo, y no logro entender como había
adaptado mi mente a un momento tan rápido y andrajoso. La lentitud es la
plenitud del alma para sollozar silenciosamente las alegrías y derrotar
hábilmente la tristeza después de agotar inútilmente las lágrimas.
Soledad
es sinónimo de un sentimiento de agonía, ¿me gustará agonizar, por eso amaré
tanto la soledad? Nunca fui libre, mi pensamiento es un arma de doble filo. Es
libre hasta tocar un punto enigmático, pero luego es la cadena que me devuelve
al suelo azotándome y haciéndome saber que la inspiración en realidad está
dentro de tu puta cabeza, donde las ideas son pedestales de rosas viejas. Donde
tú encuentras la mejor espina y te pinchas, ¿podrías entender cuando hablo de
encerrarme en pocas líneas y moldear ideas? Lo lamento, estoy trabada. El amor,
es mi mayor traba. Por eso… odio amar y ser amada, por eso la soledad es mi
punto fuerte, por eso… amo saber que amarte y que me duelas, me da la sensación
de que puedo vivir con esa simple cuestión de física.
¿Y si no
existieras? Sería igual, porque mis mutilados osos de goma… nunca han sido
remplazados. Sí, mis metáforas han vuelto y si confieso que ahora estoy desnuda
porque las ideas son más liberales, no sabrías qué decir.
¡Bienvenido
a mi realidad! Soy el prototipo que falló de una chica de fábrica.