viernes, 17 de agosto de 2012

Seguiré sola. Caminando como todas, sola, en la noche bajo mi propia ventana.

Donde todo se pierde en la bruma, nada sobrevive. Allí estamos, esperando a que el último tren pase, para decidir sobre nosotros. Podría sonreír, encender el tercer cigarro de la última hora y hablar sobre lo grato que hubiese sido que funcionara con cinismo. Pero, después de cada palabra tuya, no tengo ánimos de sonreírle a nada ni a nadie. 
Creí que lo tomaríamos con calma a la hora de decidir sobre lo que nos afectaría ahora. Pero mi tiempo se está acabando y estar sentada esperando a decidir qué hacer, no es una buena opción, ¿lo entiendes, verdad? Pues, cada uno de los dos puso de su parte y creo que ninguna de las dos fue suficiente para reavivar, como quisimos hacerlo. 
Hoy mis pies se sienten cansados de tanto caminar. Las huellas se borran, estén donde estén y ¿nosotros? Vamos, sabías que el amor no era mi mejor opción. Nunca lo fue, tampoco la tuya. Creíamos que eso sería una buena señal, que poco y poco sería mucho. Pero siempre menos y menos, es menos. Deberíamos entender que no hay perfección entre tú y yo, y que ser perfecto para nosotros es la decisión definitiva para la perdición. Lo admito, somos unos perdidos. 
Los dos conocemos la metáfora. Y los dos, somos malos perdedores. Sé que vas a irte orgulloso de dejarme sola y sé que reiré mientras caminas, porque me causará impotencia saber que siempre has sido el idiota que todos dijeron y nunca quise ver. Somos los dos, hipócritas, pero eso ya no nos hace diferentes o  iguales, simplemente nos hace mejores o peores. Y tratándose de hundirse o flotar creo que los dos deberemos quedarnos un bueno tiempo abajo. Porque arriba no tenemos de qué sostenernos. Somos patéticamente inhumanos. Somos imperfectamente idiotas. No hay nada que pueda cambiar una naturaleza estúpida como la nuestra. No hay opción que pueda hacernos renunciar a lo que nos hace, cínicamente, fuertes. Somos dos marionetas de nosotros mismos, porque tenemos una parte de nosotros mismos que nos ata a ser lo que somos. Unos idiotas. 


Prefería creer que éramos lo que teníamos, 
Que teníamos lo que éramos.
Entonces llegas tú,
Silbando. 
Tanto que yo te he amado
Esperas que pueda olvidar.
La gente susurra abajo
Y nosotros reíamos arriba
Vas a irte.
Seguiré sola. 
Caminando como todas, sola,
En la noche bajo mi propia ventana.




Adiós. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario